miércoles, 17 de octubre de 2012

Gargarella refuta a Laclau

En esta nota (tomada de una presentación reciente)
http://www.perfil.com/ediciones/2012/10/edicion_719/contenidos/noticia_0080.html
el profesor Laclau, recién llegado de su arriesgada trinchera inglesa, da cátedra sobre el constitucionalismo. Dice por ejemplo que

"En América latina, por razones muy precisas, los Parlamentos han sido siempre las instituciones a través de las cuales el poder conservador se reconstituía, mientras que muchas veces un Poder Ejecutivo que  apela directamente a las masas frente a un mecanismo institucional que tiende a impedir procesos de la voluntad popular es mucho más democrático y representativo. Eso es lo que se está dando en América latina de una manera visible hoy día."

El curioso e impreciso párrafo (que nos escamotea cuáles son las "razones muy precisas" y cuales las "muchas veces") señala algo falso, a la luz de la historia latinoamericana, en donde, desde la independencia, y claramente durante casi todo el siglo xix y buena parte del xx, el presidencialismo fue la salida inequívocamente exigida por el conservadurismo militarista católico (desde García Moreno a Portales, pasando por Roca o Porfirio Díaz). Los Parlamentos, mientras tanto, fueron siempre relegados como instituciones vaciadas de peso propio, dependientes del Ejecutivo, destinadas a reunirse durante muy poco tiempo, y cada mucho tiempo (ver las Constituciones de Chile 1823, 1833, Ecuador 1869, Colombia 1843 y tantas otras). Es decir, no hablemos pavadas.


A renglón seguido, y luego de hablar del parlamentarismo conservador, Laclau agrega que:

"detrás de toda la cháchara a cerca de la defensa del constitucionalismo, de lo que se está hablando es de mantener el poder conservador y de revertir los procesos de cambios que se están dando en nuestras sociedades."

Habría que decirle a Laclau que si de defensa del parlamentarismo hablamos, la única iniciativa importante que se conoce hoy en la Argentina, proviene de las entrañas del kirchnerismo, y en particular de un grupo ligado al juez Zaffaroni (ver el número de Le Monde Diplomatique de esta semana). O sea que convendría decirle que queda feo que le diga a Zaffaroni que habla chácharas.


Por lo demás, hay una vertiente republicana/radical, que se alimenta del radicalismo político del siglo xviii y xix, que lo que le sigue pidiendo al constitucionalismo es más poder popular, para retomar el poder de decisión y control populares sobre los que ejercen el poder. Fortalecer esa capacidad popular implica democratizar al poder, y toda iniciativa destinada a democratizar al poder implica derruir el actual presidencialismo. Derruir el presidencialismo no implica parlamentarismo, como sugiere la anodina ciencia política de los 80, sino agujerear al sistema representativo actual, tendiendo múltiples puentes (hoy todos bombardeados desde el poder) entre ciudadanos y decisores. El poder debe volver a la ciudadanía, la misma a quien se le prometiera y de quien se expropiara. El poder debe salir del lugar en donde hoy -nuestras desigualitarias sociedades- lo han concentrado: el lugar de las grandes empresas y el poder político vertical y autonomizado.

En este sentido, Laclau no es ingenuo pero es tramposo. Reconoce que de lo que propone se desprenden dos graves peligros:

"En primer lugar, tenemos el peligro representado por las reducciones estatistas, que trata de plantear el campo de la lucha política como la lucha parlamentaria en el seno de las instituciones existentes, ignorando que hay nuevas fuerzas sociales que tienen que ir sectando formas institucionales propias que van a, necesariamente, cambiar el sistema institucional vigente. Este reduccionismo liberal de la lucha política, el régimen parlamentario en el seno de las instituciones parlamentarias, es uno de los dos peligros. El segundo de los peligros es lo que yo llamaría la reducción ultralibertaria. Dice: “Hay que desentenderse enteramente del problema del Estado y crear puramente una democracia de base”. Esto ignora que muchas demandas democráticas surgen en el interior de los aparatos del Estado y de los sujetos que esos aparatos han creado y que, por tanto, cualquier tipo de cambio de proyecto, cambio radical, va a tener que cortar transversalmente el campo del Estado, el campo de la sociedad civil."

Peligros como los que él señala son ajenos a las tradiciones radical-republicanas que aquí reivindico, y más propias de la política kircherista que él defiende. Conforme a ésta  (y hay decenas de declaraciones presidenciales en el mismo sentido) la lucha política sólo se concibe a partir de la regla "formá tu propio partido político y ganame las elecciones". Aquí reside su trampa: Laclau oculta que la respuesta presidencial a piqueteros rebeldes, movimientos sociales críticos, caceroleros o grupos indigenistas ha sido siempre, centralmente, exactamente, la que él objeta: la del reduccionismo liberal más reaccionario. 

Finalmente, Laclau señala otros peligros propios de su propuesta:
"Todo este proceso, sin duda, presenta peligros a varios niveles. Evidentemente, la inversión alrededor de una figura líder tiene el peligro potencial de que esa figura líder se autonomice tanto respecto a aquellos que está representando que al final se corte el cordón umbilical que unía Estado con sociedad. Este peligro está allí, pero no creo que estemos muy cerca de sufrir en los países latinoamericanos; al contrario. Lo que se ha creado es una nueva relación, o se está creando una nueva relación, entre Estados y sociedad civil.
Por el otro lado, está el peligro que señalábamos antes, de una sociedad civil que se autonomice tanto respecto a la esfera estatal que sea incapaz de influir en los procesos políticos.
Este tipo de doble peligro existe, es inherente a la situación y la política consiste, justamente, en administrar esta tensión potencial y tratar de crear formas articulatorias, formas hegemónicas, que vayan permitiendo sortear estos dos peligros".


Sobre esto último habrá que decirle: Lamentablemente, dr. Laclau, usted no da ninguna razón para pensar que no hayamos caído ya en los riesgos anunciados, gracias al tipo de políticos y políticas que usted favorece: la figura presidencial se ha autonomizado, y lo que es peor, dicha situación no favorece primordialmente al pueblo sino a los grandes grupos empresarios (desde la Barrick Gold a Cristóbal López o Monsanto), que ahora tienen el camino allanado: les basta con pagar o presionar más sobre aquella figura a quien ellos (y no el pueblo) tienen llegada privilegiada y exclusiva. El pueblo (sobre todo el pueblo que la critica) no ve nunca a esa figura presidencial, nunca puede interpelarla directamente. Los grandes empresarios, en cambio, se reúnen con ella cotidianamente. Pero sobre las realidades de estos riesgos, Laclau se mantiene calladito.

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