Más poder ejecutivo,
menos república
Por: Rodolfo
Arango
En tiempos de globalización de las
comunicaciones, de concentración de la riqueza, y de crisis del Estado social,
es perceptible en Colombia el crecimiento del poder ejecutivo, en desmedro de
la autodeterminación política de la población.
Al ultrapresidencialismo se suman la
tergiversación de los mecanismos de control –en manos del Congreso, de la Procuraduría y de la Contraloría – y la
paulatina privatización de funciones y bienes públicos a manos de agentes
nacionales e internacionales que buscan maximizar utilidades en desmedro del
bienestar general de la población.
El malestar generado por el desmonte de
lo público, por el abandono de la educación y por el monopolio de saberes
ancestrales en manos de multinacionales es perceptible en las protestas y
movilizaciones sociales. La adopción de múltiples tratados de libre comercio
beneficia a algunos sectores bien posicionados, en desmedro de millones de
campesinos, indígenas y pequeños agricultores, industriales y mineros,
sindicalistas y estudiantes, todos ellos obligados ahora a depender del
asistencialismo del Gobierno. La indignación acumulada ha terminado por
expresarse en un paro nacional indefinido con desenlace incierto.
Las reformas constitucionales al
sistema político (reelección) o al sistema de distribución económica (regalías)
han aumentado el poder del presidente, interlocutor directo de las potencias
mundiales en el ajedrez del comercio y de la política externa. A las reformas
económica y política se suma la reforma fiscal, contrariando la tendencia
garantista de los derechos humanos y fundamentales iniciada con la Constitución de 1991.
La acumulación de poder ejecutivo permite combinar medidas de ajuste
estructural, impuestas por organismos y centros de poder internacionales, con paliativos
neopopulistas y políticas asistencialistas destinadas a aminorar los efectos
socialmente disolventes de la desigualdad, todo dentro de un intrincado aparato
de clientelismo y corrupción.
El historiador y sociólogo Pierre
Rosanvallon ha llamado la atención sobre la segunda globalización que vivimos
hoy a nivel mundial, con las repercusiones que ella trae para el crecimiento de
la brecha entre ricos y pobres. La concentración de ingreso y de patrimonio es
mayor que hace cuarenta años, tanto en Europa como en América, truncando la
democratización de las más diversas sociedades. Gobiernos con enfoque
reduccionista de las capacidades humanas han perdido las perspectivas
sociológica, histórica y política necesarias para maniobrar en medio de las
crisis, ahondar la participación política y conducir pacíficamente a sus
pueblos a buen puerto, esto en un mundo plural y diverso.
La rapidez de los cambios
socioculturales desafía la capacidad autocrítica y el adecuado control
político. La concentración de poder y riqueza parece obedecer a la necesidad de
asegurar las convicciones defendidas por grupos particulares en contextos de
creciente incertidumbre local y mundial. Pero la crisis de lo público y el
ahondamiento de las desigualdades ponen en riesgo la vigencia misma del sistema
republicano. Esto porque el republicanismo apunta a construir una sociedad de
iguales en la que todos tomen parte en la autodeterminación de sus destinos, no
a legitimar un orden político dominado por pequeños y poderosos grupos de interés
que terminan por imponer sus designios sin la participación popular ni la
deliberación crítica en torno a las diversas alternativas.
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